Entre las muchas tesis sobre el lugar de origen del cacao, ha cobrado mayor fuerza la que señala a la extensa región amazónica, incluida la Orinoquia, como la zona donde hace unos cuatro mil años surgió el primer espécimen de la planta conocida como Theobroma cacao.
Otras teorías aseguran que esta planta es originaria de Mesoamérica, e incluso hay quienes aseguran que la región de donde realmente es oriundo el árbol cacaotero se halla entre la parte sur del Lago de Maracaibo y el río Magdalena.
Quienes apoyan esta última teoría sostienen que la amplia difusión del cacao hacia el resto del continente fue llevada a cabo por el ser humano, los animales y ciertos factores meteorológicos que ayudaron a transportar esa semilla, rica en proteínas, almidón y materias grasas, muchos kilómetros hacia el norte, hasta alcanzar los predios de la civilización maya.
Existen crónicas que aseguran que los conquistadores españoles encontraron plantas de cacao en las inmediaciones del alto Orinoco y en la Amazonia venezolana. Estas plantas crecían de manera silvestre en diferentes regiones costeras del oriente venezolano y en la cuenca, riberas y afluentes del Lago de Maracaibo. Los indígenas de la región llamaban cacao a la planta y a su almendra chacote.
El cronista florentino Galeotto Cey, quien estuvo en la Provincia de Venezuela entre 1544 y 1553, describe en sus textos un árbol en cuyo fruto se ocultaban unas semillas como garbanzos chatos que, aunque un poco amargas, eran buenas y sanas, y los indígenas aseguraban que servían para contrarrestar los efectos de cualquier veneno. De éstas solo se consumía la membrana que las recubre.
Lo cierto es que no hay evidencias científicas de cómo llegó a nuestro país esta variedad tan peculiar del cacao criollo. El Barón Alejandro de Humboldt aseguraba que la cultura de la siembra del cacao y el consumo habitual del chocolate fueron traídos desde México por los mismos conquistadores españoles.
La semilla de cacao, junto con las técnicas de cultivo provenientes de otras latitudes, encontraron en la antigua provincia de Caracas un suelo prodigioso donde logró desarrollarse como nunca antes.
El extraordinario cacao proveniente de esta zona, considerado como el más sabroso, nutritivo y curativo de todos, empezó a ser comercializado a finales del siglo XVI y para el año 1616, según los registros que se tienen de las actividades en el puerto de La Guaira, se enviaron a Nueva España (hoy México) 300.000 fanegas y a España otras 70.000. Pronto la siembra del cacao se extendió a zonas como Chuao, Ocumare, Choroní, Caruao, Cata, Tucupido y Río Caribe, entre muchos otros lugares de Venezuela.
Las zonas productoras de cacao en Venezuela han variado a través de los siglos. Para mediados del XVI la producción se concentraba en las provincias de Maracaibo y Barinas, en lo que actualmente es la parte sur del Lago de Maracaibo y en los estados Mérida y Táchira. Hacia finales del siglo XVI
el protagonismo lo asumió la provincia de Caracas, actualmente Distrito Capital, junto con los estados Miranda, Aragua y Carabobo.
A principios del siglo XVII las zonas de mayor cultivo en Venezuela fueron los actuales estados Falcón y Lara. Y a mediados del siglo XVII el protagonismo del cacao se lo llevó la provincia de Cumaná, actual estado Sucre. Durante esta época la demanda del cacao venezolano aumentó en 50%. Para ese entonces ya gozaba de fama en el mundo, especialmente en el mercado europeo, debido a su almendra dulce, bastante alejada del amargor característico de otras variedades.
Los ingresos provenientes del cacao se convirtieron en la clave de la economía de la provincia, pues con ellos se finaciaban las milicias, los diezmos para la Iglesia, los tributos a los conventos y la construcción de obras sagradas. Esta economía del cacao se mantuvo imperante durante todo el siglo XVIII y parte del XIX.
Según Humboldt, el cacao se sembraba en toda la franja de territorio comprendida entre Cumaná y el sur del Lago de Maracaibo, y se estimaban unos 16 millones de árboles de cacao criollo. No hubo otro producto que pudiera sustituir al cacao en cuanto a sostén de la economía de la región; no lo lograron ni el oro ni la plata ni las perlas. Tampoco la caña de azúcar, el algodón ni el tabaco. El cacao reinó durante los 300 años en que Venezuela estuvo bajo el dominio español.
La comercialización del cacao venezolano, sin embargo, tuvo sus altibajos. Se tienen registros de numerosas protestas que datan de finales del siglo XVII donde los productores criollos se quejaban de la invasión del cacao proveniente de Guayaquil.
Era prácticamente una inundación que entraba a México por el puerto de Acapulco con un producto de menor calidad, que reducía los precios y que hacía menos rentable el comercio de la almendra proveniente de Caracas. Similares conflictos se presentaron algunos años más tarde con los cacaos de Trinidad y de Martinica.
La idea de quienes protestaban era cortar la cadena de intermediarios para lograr que el cacao venezolano viajara directamente a España, y esa fue la exigencia de los productores nacionales durante el siglo XVIII.
El cacao producido en la región que hoy corresponde al estado Trujillo (que al parecer fue la primera zona donde se cultivó con fines comerciales) se exportaba a España y México a través del Lago de Maracaibo, pero la mayor parte del cargamento era desviado hacia la isla caribeña de Curazao, colonia de Holanda, lo que generó un flujo comercial hacia otros países europeos que pagaban mejor precio.
Esto se hizo frecuente en otros puertos venezolanos. Para regularizar tal situación, que afectaba sus intereses comerciales, la Corona española creó la Compañía Guipuzcoana, que se encargó de establecer un férreo monopolio en lo que concernía a la distribución y la comercialización del cacao.
Esta decisión agravó la situación de los productores, pues a partir de 1728 la Compañía Guipuzcoana acaparó el monopolio del cacao; no era posible el libre comercio ni la exportación del fruto sin que pasara por manos de la compañía vasca.
Los propietarios venezolanos vieron siempre con recelo a la Compañía Guipuzcoana, e incluso en 1749 se organizó una sublevación encabezada por Juan Francisco de León. Según Antonio García Ponce, en 1776 los ediles del Cabildo de Caracas se quejaron formalmente, pues, los funcionarios de la Compañía Guipuzcoana revisaban grano a grano los cargamentos para desechar los pequeños o los partidos y luego culpaban a los cosecheros criollos del mal estado de la mercancía, cuando la verdad es que las condiciones de almacenamiento y transporte, responsabilidad de la Guipuzcoana, distaban mucho de ser las ideales.
La tensión entre los cultivadores y la compañía fue progresivamente agriándose y sin duda fue un factor fundamental en la ruptura de relaciones entre las autoridades españolas y el Cabildo de Caracas, que se precipitó el 19 de abril de 1810.
Las guerras independentistas que sucedieron inmediatamente después asestaron un fuerte golpe a la economía del cacao. El café asumió un rol protagónico durante esos años. A esta situación desafortunada se sumó el proceso de hibridación del cacao criollo con otras variedades foráneas de menor calidad, pero que resultaban de mayor productividad inmediata. Tal es el caso del cacao trinitario, introducido por el oriente de Venezuela. Si bien el cacao proveniente de Trinidad se esparció rápidamente por la geografía nacional y dio frutos de inmediato, resultaba mucho más amargo y con menor cuerpo que el grano criollo autóctono.
De esos injertos entre el criollo y el trinitario nacieron variedades un tanto inferiores con nombres como: forastero, margariteño, zambito, angoleta, macho o pompón. Esta merma considerable de la calidad hizo que los mercados internacionales rechazaran el cacao proveniente de nuestro país.
Un elemento más vino a ponerse en contra: las plantaciones de cacao que llegaron a África de la mano de los colonizadores portugueses en 1824, año en el que se fundaron también las primeras fábricas de chocolate en Suiza, Francia e Inglaterra. A partir de entonces tuvo lugar un agresivo cultivo del cacao en las colonias inglesas, en regiones como Accra (Ghana) y las Guineas, lo que permitió que el cacao africano lograra el 18% de la producción mundial para 1901 y en 1940 ya acaparara el 66%.
A principios del siglo XX otro líquido untuoso y oscuro apareció en el panorama venezolano: el petróleo. En pocos años la producción de cacao criollo se vio opacada por las toneladas de petróleo que se explotaban en nuestro país e inundaban la economía global.
Sin embargo, el mejor cacao del mundo resistió en pequeños reductos, en algunas hectáreas repartidas aquí y allá sobre el mapa de Venezuela. Tal es el caso de los muy cotizados y afamados cacaos Chuao y Porcelana.
La calidad del cacao producido en Chuao adquirió fama mundial bajo la denominación de Cacao Chuao. Desde entonces ha sido el favorito de los más prestigiosos maestros chocolateros del mundo. Este cacao empieza a dar frutos aproximadamente a los 6 años de sembrado y su carga no cesa. Sus mazorcas son rugosas, puntiagudas, con surcos muy marcados y almendras blancas y rojizas, cuyo sabor afrutado solo es comparable con las del Porcelana zuliano. Dicho sabor ha sido descrito por especialistas como “panela o malta y sabor a caramelo”.
El cacao Porcelana se cultiva al sur del Lago de Maracaibo. Es considerado, junto al de Chuao, como el de mayor calidad del planeta. Es muy apreciado por su extraordinario poder aromático, su suave sabor y su delicada textura. Le debe su nombre a dos de sus cualidades: su almendra es completamente blanca y contiene un mayor contenido de grasa. Al tener un mayor contenido de grasa, su calidad es superior, pues contiene más flavonoides y vitaminas, así como aceites omega 3, omega 6 y omega 9.